Lo reconozco. Cambié ampliar mi armario en rebajas por visitar la exposición de Givenchy. Y la verdad, creo que el cambio valió la pena.
El día que conocí a Hubert de Givenchy era un sábado, de enero. El lugar para el encuentro: una de las salas del Museo Thyssen. Hablamos poco, bueno, más bien nada porque no acudió a la cita. Quizás porque en aquel momento -aquel sábado a mediodía en que yo le esperaba- el maestro estaba en París, en su casa de la rue Grenelle.
Así que el diálogo se produjo con el centenar de vestidos que desde el 22 de octubre y hasta el 18 de enero han estado expuestos en el Thyssen. Allí, en aquel museo, comprendí por qué para Givenchy “la costura es algo mágico”. Pude viajar, a través de su obra, a las frías calles de Nueva York con una joven Audrey que deseaba un diamante de Tiffany para, en cuestión de segundos, trasladarme a Versalles gracias al maravilloso vestido que en su día lució Jackie Kennedy.
Porque allí, en el Thyssen, entre aquellas cuatro paredes se escondía un trocito de cine, de política y, en definitiva, de vida. Y fue en aquella sala donde pude descubrir por qué Givenchy, a pesar de su avanzada edad, no ha podido negarse a realizar una retrospectiva de su obra y a convertirse, a sus 87 años de edad, en comisario de una exposición.
También entre aquellas cuatro paredes me acerqué a su puntada magistral y sus costuras perfectas; a su predilección por el negro, uno de sus colores fetiche, y a su locura al incorporar los materiales menos nobles a la alta costura.
Fue también en el Thyssen donde noté el respeto que siempre ha tenido por su oficio y la necesidad de agradecerles a sus jefas de taller, las “guardianas de su trabajo” (como él las llama) el trabajo bien hecho. En esa sala las palabras de su maestro Balenciaga cobraron vida: “No intentes crear lo imposible. Solo debes ser honesto y muy claro con tus clientas”.
Fue también aquella mañana de enero cuando entendí, a través de esos vestidos, su amistad con la duquesa de Windsor a quien vistió en uno de los momentos más difíciles de su vida; con Jackie Kennedy, que conquistó a los parisinos con uno de sus diseños y por supuesto, con su musa Audrey Hepburn.
También allí, entre aquellas cuatro paredes, pude ver su gran primer éxito, la blusa Bettina, y la influencia de Elsa Schiaparelli, por ejemplo, en el vestido que le regaló a la princesa Carolina de Mónaco, cuando solo tenía cinco años.
La blusa Bettina
Fue uno de sus primeros éxitos, su primer “bestseller”, tal y como él la denomina en una entrevista que la revista Telva publicó en su número de noviembre. Según explica, es una blusa de algodón y volantes de broderie anglaise con calados y bodoques. La bautizó con este nombre en homenaje a Bettina Graziani, su modelo fetiche en los años 50.
A aquel éxito también contribuyó, aunque de forma involuntaria, Elsa Schiaparelli. Fue en su taller donde Givenchy empezó a desarrollar el concepto de separates, es decir, la creación de piezas sueltas que pudieran combinarse entre sí para que cada clienta las combinara como quisiera.
El abrigo negro del funeral de Eduardo VIII
Wallis Simpson, la mujer por la que Eduardo VIII renunció al trono, tuvo el honor de estar incluida, durante varios años, en la lista de las diez mujeres mejor vestidas del mundo. La duquesa era una habitual de las grandes casas de alta costura y entre su nómina de diseñadores figuraban Dior, Balmain, Rochas, Mainbocher y Givenchy. Fue este último el que confeccionó el abrigo con el que la duquesa despediría a su marido. El 29 de mayo de 1972 se produjo la terrible noticia: el duque había fallecido, así que la duquesa llamó a su buen amigo Hubert para pedirle algo adecuado. En 48 horas, Givenchy cumplió el encargo.
Una americana conquistando Versalles
Jackie Kennedy y Givenchy se conocieron a finales de los años 50 cuando ella solo era la esposa de un tal John que soñaba con alcanzar la Casablanca. Todavía no era primera dama y el couturier le ayudó a crear ese estilo que la convirtió en una verdadera it girl de la época (hablé del estilo de Jackie Kennedy hace tiempo en este post). Cuando se convirtió en la mujer del presidente de Estados Unidos tuvo que abandonar a los diseñadores europeos y apostar por la moda nacional.
Sin embargo, en 1962 fue Givenchy quien la vistió en su gira oficial europea a París. La primera dama asistió a la gala ofrecida por De Gaulle en el Salón de los Espejos de Versalles con un conjunto de noche y abrigo satén crudo, con flores multicolores bordadas. Causó tal impacto que, al día siguiente, su marido en una rueda de prensa comenzó su discurso diciendo: “Creo que debo presentarme: Soy el hombre que ha acompañado a Jacqueline Kennedy a París”.
Homenaje a Audrey Hepburn
Para Givenchy, Audrey Hepburn fue una de las mujeres más importantes de su vida. Se conocieron cuando una joven Audrey visitó su taller para el vestuario de la película 'Sabrina' y ahí se creó una amistad que duraría hasta el fallecimiento de la actriz en 1993. En “Cuando Hubert entró en el armario de Audrey”, post que escribí hace un tiempo, cuento la historia de algunos de los mejores looks de la actriz en sus películas y que, por supuesto, tienen la firma de Givenchy. Vestidos como el little black dress de 'Desayuno con diamantes' o el vestido negro de encaje de 'Cómo robar un millón' que ocupan un lugar privilegiado en esta exposición. Como anécdota, el antifaz de 'Cómo robar un millón' fue idea de la propia Audrey, que consideró que así le daba un toque más sexy a su personaje.
Para Givenchy, Audrey “supo encarnar los valores de la casa Gyvenchy: elegancia, discreción y serenidad”. Para Audrey, Givenchy fue “un creador de personalidad”.
Para finalizar: La exposición también nos ha dejado acercarnos a los maravillosos vestidos de noche de Givenchy y a sus espectaculares trajes de novia. Además, es una muestra perfecta para ver el uso que hacía de bordados, brocados y lentejuelas y apreciar la incorporación de plásticos y cordelería, clara influencia de Elsa Schiaparelli, a la que Givenchy se refiere como la “perfecta encarnación del chic”.
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